Ecuador, Constitución y servicio exterior

Los resultados están listos. La gran mayoría de los ecuatorianos apoyaron el nuevo proyecto de constitución. ¿Que nos queda a aquellos que votamos por el no por distintas razones? Lo mismo que al resto de ecuatorianos, apoyar la decisión mayoritaria y empujar el hombro para que la nueva constitución sea uno de los principales instrumentos del desarrollo del país. Cuando voté No, el domingo 28 de septiembre, lo hice por verdadera convicción y a pesar de mi limitado conocimiento de derecho constitucional, economía y estructura política. Considero que la nueva constitución es irremediablemente híper presidencialista, que consagra un sistema desalentador de la inversión privada, a través de la discrecionalidad de un mega estado de determinar a su criterio los “sectores estratégicos”; y por la que creo será una incapacidad técnica de que el nuevo Consejo de Participación Ciudadana y Control Social tenga un grado importante de independencia del resto de poderes, y este conformado por gente idónea. Y voté No a pesar de que la campaña mediática de los que estaban en contra del proyecto constitucional estuvo pesimamente mal enfocada. Es claro que los mensajes en los medios de comunicación necesitan trasmitir elementos simples de entender para la mayoría, y sin duda, para ser efectivos deben apelar a lo emocional. No obstante, la campaña en contra del proyecto constitucional se dedicó a atacar a las minorías sexuales, por medio de la justificación en supuestos principios éticos, intrascendentes para el futuro real del país. En honor a la verdad, la campaña del No decía mentiras, como que la nueva constitución permite el matrimonio entre homosexuales, y el aborto. Al ecuatoriano más humilde, no le lleva un pan más a su mesa el hecho de que dos personas del mismo sexo vivan como les de la gana. Obviamente gano el Sí y se reforzó la figura del presidente Correa, porque la oposición, aparte de estar mal agrupada, es mediocre. Obviamente cada cual jala el agua para su molino, y lo que más me preocupa ahora, es la elaboración de las leyes orgánicas, y en especial de la Ley del Servicio Exterior (LOSE). La nueva constitución consagra la meritocracia para el ingreso dentro del sector público. Yo, y me honro al decirlo, soy miembro de una institución que a pesar de sus muchas fallas, tiene un real mérito: a fin de ingresar al servicio exterior ecuatoriano (ya sea diplomático o auxiliar) es necesario superar un exigente concurso, y en el caso de los diplomáticos, superar con éxito la Academia Diplomática. Este elemento, que parece menor, es trascendental si es que se busca la profesionalización de los servidores públicos, y evitar que los ministerios y demás instituciones públicas sirvan de botín clientelar de cualquier gobierno de turno. El caso del servicio exterior es especialmente sensible para los intereses del país por varias razones de las que ya han hablado varios analistas. Espero entonces que la nueva LOSE sea un instrumento que preserve los intereses del país por medio de la profesionalización y mejoramiento del servicio exterior, a fin de evitar que se convierta en el botín político para que el gobierno de turno reparta puestos a sus amigos a través de la “cuota política”. Está de más decir que hay y han existido excelentes embajadores y jefes de misiones que no han sido diplomáticos de carrera, yo de hecho tengo el honor de trabajar con una de ellas, la Embajadora del Ecuador en Costa Rica, Daisy Espinel de Alvarado; sin embargo, es necesario recalcar que para la elaboración de la nueva LOSE es primordial que los funcionarios de carrera sean los principales ejecutores de los principios de la nueva política exterior del país, y que se consagren los derechos institucionales y profesionales de los funcionarios en cuanto a rotaciones al exterior, sueldos y mejoras en la calidad de vida de los funcionarios de la cancillería, una aspiración de una vida mejor que no es más ni menos que la que es compartida con todos los ecuatorianos.

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